Un cuento para unas personas muy especiales, creo visionarias, que ya están respondiendo con la práctica a cuestiones en las que muchos nos preguntamos el cómo:
Ona había nacido en el secano. En su pueblo los días que llovía los niños no iban a la escuela. Muy pronto su piel terrosa se acostumbró al frío extremo en invierno y a las noches de calor que no bajan de treinta grados, y marcada por los extremos comenzó a recorrer el mundo.
Su piel de coraza estaba adaptada al frío, no le importaba trabajar a la intemperie o en lugares donde en todo el día no pasaban de cinco grados, pero llegó un momento en el que esos lugares desaparecieron y emigró al norte.
La suerte, el medio, el destino hizo que el mar entrase en su vida. Los paseos por la playa la transformaban, como a las maulas de palos retorcidos, quemados y mutados por el mar, y la humedad junto con las conexiones que aparecían a su alrededor visibilizaron fisuras por las que aparecían otros mundos que se mezclaban, mutaban, se transformaban de forma interactiva sin necesidad, o con poca, de presencia física. En ellos la tierra y el agua se mezclan, los gatos andan sobre el agua, las sirenas son de secano, y los petroglifos de arena.
Por estas rendijas se coló Sabela. Cada vez que abre una de sus latas de ideas, su cuerpo se esponja y siente que es posible poblar de mitos y seres legendarios este mundo para hacerlo más bello y sostenible. Por supuesto con esfuerzo.
Texto: Rosa Tera @rosatera